Incontro - 6D
Audio del cuento
Él estaba tranquilo escuchando las ruidosas olas del mar, estaba sobre la húmeda arena. Su sombra solitaria se dibujaba en el suelo mientras sus lágrimas se mezclaban con la salada espuma que abandonaba el mar. Su tristeza hablaba de su soledad. Se levantó lentamente. Cada uno de sus pasos resonaban como un batallón. Camino a su casa dejaba profundas huellas sobre la playa.
Su hogar se ubicaba en las afueras de Coquimbo, una ciudad chilena que miraba al océano Pacífico. Al entrar, el piso se estremeció. Todo estaba muy desordenado. Invadido por el olor de telas viejas que habían quedados en el suelo. La madre de Arturo había sido la estrella del circo “MARKUSTAIN”. Ella hacía el acto principal con hermosos trajes de diferentes colores y texturas. Su hijo la admiraba tanto que la acompañaba con trucos en cada función.
Una noche, después de realizar su último acto, Arturo y su madre, partieron de Santiago de Chile hacia una pequeña localidad más al norte. Cuando llegaron, los coquimbanos se asustaron al verlos. El tamaño colosal de ambos provocó rechazo. Los ciudadanos atacaron a Arturo y a su madre, en un intento de defenderlo, ella recibió un disparo. Pudieron escapar pero a medio camino sintió un fuerte dolor y se desplomó. Arturo intentó levantarla pero con gran tristeza enfrentó la realidad: su madre ya no estaba a su lado, había muerto .
Arturo, con el corazón desgarrado, no le quedó otra opción más que alejarse de la ciudad. Mientras caminaba por la playa, encontró una cabaña abandonada. Decidió quedarse ahí esperando la noche.
Cuando el sol se escondió en las profundas y heladas aguas del mar, la oscuridad se apoderó del lugar. Decidió salir escondido en las sombras de la noche para ir en busca de las pertenencias de su madre. Tuvo que enfrentar varios obstáculos, pero, a pesar de las adversidades el amor que tenía lo animó. Fue un ELEFANTE valiente como ella le había enseñado. Usando su larga trompa levantó con cuidado los trajes de su madre y dando por finalizado su misión. Decidió volver a la casa donde se había refugiado.
Al día siguiente tomó la decisión de quedarse a vivir allí.
La tristeza y el enojo se ubicaban en su pecho. Toda la furia que tenía contenido por haber perdido a su madre, lo llevó a romper los trajes en pedazos.
Pasaron horas, días, meses, años y se dio cuenta que estaba solo desde la muerte de su madre. La gente de la ciudad lo consideraba como un monstruo.
Un sonido lo sacó de sus pensamientos. Se levantó de un salto para ver qué pasaba. Estaban tocando la puerta. ¡Qué sorpresa! Resultó ser un pequeño niño perdido que lloraba desconsoladamente, pidiendo ayuda.
El nene se llamaba Timy y era el primer ser humano de esa ciudad que no se asustaba al verlo. Arturo intentó consolarlo. Lo invitó a entrar y le ofreció leche con galletitas dulces.
Con su escaso vocabulario infantil le contó cómo se había perdido mientras devoraba desaforadamente la merienda. También le pidió ayuda para regresar a su casa.
A pesar de su temor a la gente de Coquimbo, decidió llevar al pequeño Timmy a su hogar porque sabía que nadie debe quedarse sin familia como le sucedió a él. Cuidadosamente con su trompa lo sentó en su áspero lomo y dio comienzo a su misión. Mientras caminaba por la playa Tongoy, el niño rompió el silencio y le preguntó por qué vivía tan solo, aislado de la gente. Arturo estuvo un rato en silencio pensando en la respuesta que le daría. Le contó todas las cosas que le habían sucedido y por qué había quedado huérfano.
Comenzó a oscurecer y la luz de “La Cruz del Tercer Milenio” iluminó su camino. El maravilloso monumento de la región era realmente hermoso. En ese momento Timmy recordó que su casa estaba cerca de allí. Él le indicó al elefante que siga adelante por las calles empedradas.
Mientras se acercaban a la casa las personas exaltadas por la presencia del paquidermo intentaron atacarlo. Timmy se paró sobre Arturo y soltó un alarido que paralizó a la multitud. Cuando se hizo el silencio, el pequeño explicó a todos que el elefante era bueno y le había salvado la vida. Las personas arrepentidas le hicieron una fiesta a modo de disculpas y Arturo nunca más estuvo solo.
Al final su historia tuvo un final feliz.